Pérdida
Dada mi profesión es triste y dolorosamente habitual perder amigos. Y no sólo me refiero a aquellos que se quedan por el camino, tambien me refiero a los que vuelven sin partes de si. En este año de gracia de 2020 reponer un brazo o una pierna es algo sencillo y por otra parte, común.
Aqui voy a referirme a otro tipo de pérdida mucho más profunda y, por tanto, más dolorosa. Hablo de esa parte de cada uno que desaparece con cada injusticia, cada crueldad, cada amigo perdido. Los motivos podrían ser una lista tan larga como diversa. Hay momentos en los que me pregunto si será mejor volver vacio o no volver. Mi espíritu desencantado y pesimista me dice que a no siempre hay motivo para seguir adelante, que las perdidas ya son demasiado grandes como para seguir una pelea que parece que no se puede ganar. La parte optimista que tengo me grita que no, que nunca se deben bajar los brazos. En algún momento ese vacio puede ser vuelto a llenar.
En ese punto es donde empieza el debate interior entre el pesimismo y el optimismo. Supongo que es algo que recorre a cualquier persona con sentimientos en, al menos, varios momentos de su existencia. De todas maneras creo que lo peor no esta discusión personal. Ni tan siquiera el optimismo más avivado es capaz de curar las heridas o de llenar el vacio que podamos tener.
Tan solo el tiempo pueden curarlo o, siendo un poco más realistas, suavizarlo. He visto como gente que tenía a mi lado y a la que apreciaba y/o aprecio sufrían estas situaciones. Ver esa mirada abstraida, sus voces intepretando un monólogo destinado a no conseguir nada. Monólogos llenos de recuerdos, de tristeza creada de esos mismos recuerdos de otros momentos que sí fueron buenos. Es algo que provoca en mí un cúmulo de sentimientos: rabia, por ver a una persona querida sufriendo; impotencia, por no poder evitarlo; responsabilidad, por que sabes que esa persona cuenta contigo. Y no siempre se está a la altura con lo que aparece el dolor provocado por el remordimiento de pensar que no has hecho todo lo que podías.
Y es en ese preciso instante cuando pierdes una parte de ti, se va para acompañar al dolor de esa persona a la que sientes que no has podido ayudar. O que no has sabido apoyar, aunque, la verdad, da lo mismo. No siempre he podido estar a la altura de lo que se esperaba de mi. Todo lo que puedo decir en mi defensa es que lo siento. Me hubiese encantado haber hecho más por todas y cada una de esas personas.
Ya he visto a mucha gente (para mi gusto demasiada) sufrir pérdidas de este tipo. Desde el que ha visto desaparecer bajo sus pies todo lo que era hasta el que ha perdido ligeramente el rumbo y busca un apoyo para encontrarlo de nuevo. No hace falta ir a una misión en el punto más alejado del mundo para que alguien pueda sufrir en sus carnes algo así. He intentado ayudar a gente que vió como parte de su vida se perdía en unas sencillas dunas cerca de donde creció. Nunca podemos saber donde nos va a pasar, ni lo que vamos a perder, asi que supongo que lo mejor es disfrutar hasta donde podamos de lo que tenemos.
Aqui voy a referirme a otro tipo de pérdida mucho más profunda y, por tanto, más dolorosa. Hablo de esa parte de cada uno que desaparece con cada injusticia, cada crueldad, cada amigo perdido. Los motivos podrían ser una lista tan larga como diversa. Hay momentos en los que me pregunto si será mejor volver vacio o no volver. Mi espíritu desencantado y pesimista me dice que a no siempre hay motivo para seguir adelante, que las perdidas ya son demasiado grandes como para seguir una pelea que parece que no se puede ganar. La parte optimista que tengo me grita que no, que nunca se deben bajar los brazos. En algún momento ese vacio puede ser vuelto a llenar.
En ese punto es donde empieza el debate interior entre el pesimismo y el optimismo. Supongo que es algo que recorre a cualquier persona con sentimientos en, al menos, varios momentos de su existencia. De todas maneras creo que lo peor no esta discusión personal. Ni tan siquiera el optimismo más avivado es capaz de curar las heridas o de llenar el vacio que podamos tener.
Tan solo el tiempo pueden curarlo o, siendo un poco más realistas, suavizarlo. He visto como gente que tenía a mi lado y a la que apreciaba y/o aprecio sufrían estas situaciones. Ver esa mirada abstraida, sus voces intepretando un monólogo destinado a no conseguir nada. Monólogos llenos de recuerdos, de tristeza creada de esos mismos recuerdos de otros momentos que sí fueron buenos. Es algo que provoca en mí un cúmulo de sentimientos: rabia, por ver a una persona querida sufriendo; impotencia, por no poder evitarlo; responsabilidad, por que sabes que esa persona cuenta contigo. Y no siempre se está a la altura con lo que aparece el dolor provocado por el remordimiento de pensar que no has hecho todo lo que podías.
Y es en ese preciso instante cuando pierdes una parte de ti, se va para acompañar al dolor de esa persona a la que sientes que no has podido ayudar. O que no has sabido apoyar, aunque, la verdad, da lo mismo. No siempre he podido estar a la altura de lo que se esperaba de mi. Todo lo que puedo decir en mi defensa es que lo siento. Me hubiese encantado haber hecho más por todas y cada una de esas personas.
Ya he visto a mucha gente (para mi gusto demasiada) sufrir pérdidas de este tipo. Desde el que ha visto desaparecer bajo sus pies todo lo que era hasta el que ha perdido ligeramente el rumbo y busca un apoyo para encontrarlo de nuevo. No hace falta ir a una misión en el punto más alejado del mundo para que alguien pueda sufrir en sus carnes algo así. He intentado ayudar a gente que vió como parte de su vida se perdía en unas sencillas dunas cerca de donde creció. Nunca podemos saber donde nos va a pasar, ni lo que vamos a perder, asi que supongo que lo mejor es disfrutar hasta donde podamos de lo que tenemos.